Yo soy de una generación que venera a los libros. Y que gastaba una buena parte de su dinero - disponible o no - en ellos. Sin embargo, he notado que en los últimos años, ya compro muy pocos. Todo está en línea ...
Recientemente, estuve pensando sobre el tema de los libros, impulsado por un conflicto entre libros y espacios en mi institución. Estoy viendo que los libros siguen un poco el camino de los discos de vinilo, estos negros grandes que tenías que poner en un tocadiscos. Ubicuos en un momento, luego, guardados en cajas en el sótano, los que se sacan cuando alguien se muere, y en el siguiente momento objeto de colección de algunos aficionados como símbolos de nostalgia.
Pero, libros científicos y sus bibliotecas, incluyendo las particulares de los investigadores, son un caso especial. Allí está documentado la base de nuestro conocimiento. Específicamente en la botánica taxonómica,
dependemos mucho de obras viejas y monografías de bajo tiraje. Una buena
parte de estos trabajos no están en línea, y prácticamente invisibles
para el internauta. Existen esfuerzos para subir obras históricas a la
red, como JSTOR, BHL o el Internet Archive, pero están incompletos, y su permanencia no está garantizado. Para libros más recientes, digamos, entre 1930 y 1990, hay muchos problemas con el derecho de autor. Por ejemplo, la Flora Novo-Galiciana sigue siendo disponible solo en papel.
Hay otro asunto. Todos nos hemos acostumbrado tanto a la red que no nos podemos imaginar un mundo sin él, o con restricciones para acceder. Sin embargo, esto puede pasar muy fácilmente, ya sea por razones técnicos o políticos. Ya se ven algunas nubes muy negros en el horizonte, desde varios megahackeos, secuestros cibernéticos, sabotajes, hasta la censura en China, la manipulación de la opinión política de Facebook, las intervenciones en las redes sociales en el Cercano Oriente, hasta el corte (accidental o a propósito) de cables que transmiten datos.
Claro, libros también se pueden quemar y
censurar. De hecho, esto ha sido una constante a lo largo de la historia. Pero, es mucho más difícil erradicar completamente algún conocimiento específico por la naturaleza dispersa de libros. En el internet es relativamente más fácil. Controlar la información es una
de las maneras más antiguas para ejercer poder y no creo que la
naturaleza humana haya cambiado.
Entonces, ¿qué haremos con estas cantidades grandes de objetos, que posiblemente tendrán un valor en algún momento para alguien? Recuérdense que guardar cosas en condiciones adecuadas también tiene su costo, que alguien tiene que cubrir.
Creo que es un tema que se debe tratar en conjunto, entre la comunidad científica entera, quizás representados por el CONACyT, las instituciones y los individuos.
Me podría imaginar las siguientes acciones:
- que el CONACyT designe y apoye a bibliotecas regionales, quizás a nivel estatal, que colecten activamente a los libros científicos y a las cuales uno puede donar (claro, no se colectarán duplicados, y posiblemente se quedan en bodegas apropiadas, pero estarían registrados y accesibles cuando se requieran).
- las instituciones podrían contribuir orientando su política a guardar obras básicas, y estar conscientes que el internet no necesariamente es para siempre en la misma forma como es actualmente.
Y qué podríamos hacer nosotros? Una acción importante de los investigadores mayores sería organizar el destino de libros, archivos y fotos antes de jubilarse o, pues sí, morir.
Una posibilidad que podríamos probar sería organizar tianguis de libros en nuestros respectivos congresos, donde los jóvenes interesados podrían adquirir por una cantidad simbólica, las obras que ya dieron servicio a otros.
¿Qué piensan ustedes? ¿Sobre todo los más jóvenes? Dejen sus comentarios.
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